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Channel: Humor – Con Ida y Vuelta – Gabriel Núñez
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Cuéntame tu historia de baño…

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Nada como agarrar un buen libro y defecar en tu propio baño, en tu retrete; donde los pelos que ves en la tapa sabes que son los de tus nalgas, los de tus testículos. Si eres mujer, sabes que se trata de un corpulento pelo de tu poblada y selvática vagina. No hay trampas, no hay letras pequeñas. Tu trasero no probará el orine de otros con mal puntería. Estás en territorio seguro, te sientas descalzo, te tomas todo el tiempo del mundo, disfrutas el sonido de cada árbol que cae en el silencioso y húmedo bosque. Algunos árboles al caer con violencia chapotearán alguna salvaje gota a tu nalga, pero no importa, como dije, estás seguro, pura materia de tu propiedad.

Regalas al Guaire lo mejor de ti, haces un donativo excremental al universo. Piensas verde, te unes a la hipócrita moda ecológica de turno, le devuelves al medio ambiente y al mundo lo que él te ha dado desde que naciste: mierda.

Pero no siempre el donativo es tan hermoso, tan elegante y agradable. Reza un sabio proverbio criollo: “cuando sientas un feroz retortijón acompañado de un encrespamiento de pelos gatuno, solamente tendrás 30 segundos para alcanzar un baño, de lo contrario prepárate a liberar tu interior pastoso en la tela de algodón que lleves puesta”. Como verán, 30 segundos es una miseria,  una ridiculez, una macabra prueba que hace nuestro organismo a la neurosis, a las pendejadas mentales que nos invaden y giran alrededor del tema sanitario. Es un tema universal, nadie quiere hablarlo; pero, así como a ti te dio diarrea un Whopper Triple que te comiste, a un ruso lo jodió un Pirozhki con hígado que le cayó mal.

Señorita, esto es para ti también, no veas con asco las palabras. Te veo maquillada, hueles a splash de melón, tu piel brilla borracha de crema, las uñas moradas te lucen, sin duda me encanta como te ves. Eres fina y elegante, te quejas de los malos olores, te molestan las palabras sucias. La pulcritud es uno de tus fuertes, pudiese lamerte el dedo gordo del pie un lunes a las 5 de la tarde y no encontraría algo más que sabor a vainilla. Tu piel tersa, sólo me invita a cuestionarme si me alcanza la saliva para mojártela completa con mi lengua. Pero escondes algo, lo sabes. No me como el cuento de las toallitas de bebé en la cartera. No me convences con tu gel antibacterial de peloticas azules flotando. Tienes historia de baño también, te las has visto negras alguna vez; o rojas por qué no, ésa también es responsable de muchas aventuras en la que jurabas tener el control, y para desgracia tuya tomó el ascensor a PB antes de tiempo. No te molestes,  más bien libera eso que no has compartido con nadie en estos años. ¿Recuerdas cuando dejaste la tapa de la poceta a la moda? Sí, quedó muy chic ese detalle de puntos rojos sobre el retrete blanco, te la comiste. Te diste a la fuga, riéndote de tu roja travesura. De vez en cuando la recuerdas, quisieras compartirla, pero te da temor el duro juicio que te harán.

Amigos, ésta es mi invitación a que compartan la roncha patrocinada de manera traicionera por nuestro propio organismo. Hagan memoria, dejen el miedo y las mariqueras. Es más, como una muestra de mi sinceridad, de mi compromiso y de que pueden confiar en mí silencio, procedo a compartir con ustedes mi top 5 de mis historias de baño. Anímense, es una terapia sanadora, abran sus corazones al mundo, a este humilde servidor.

Top 5 “Historias de baño”

5.- “Higuerote verde” (2008)

En Semana Santa acostumbro a quedarme en Caracas, creo que es una buena oportunidad para disfrutar Caracas de otra manera, un poco menos ruidosa e inmunda del abanico social que nos ofrece. En el 2008 hubo una excepción a la regla: mis hermanas y mis cuñados me invitaron a pasar unos días en Higuerote. El día antes de partir tuve la genial idea de lanzarme una comida chatarra fantasma, y para seguir con la irresponsabilidad neurótica, en la noche decidí lanzarme una canilla con un queso paisa que ya olía un poco rancio. La vaina me tapó por completo, en todo ese día no defequé ni una vez. No me dolía la barriga ni nada, sólo que no iba al baño y con cada hora que pasaba mi barriga iba creciendo más, muy parecido a cuando tuve amibiasis.

Pasaban los días, y ahí estaba yo, tomando cerveza, comiendo parrilla, agarrando sol y sobándome la lipa que crecía aceleradamente. No me preocupaba mucho la cosa, tenía claro que era una bomba de tiempo lo que llevaba en mi interior, pero como no manifestaba dolor ni me quitaba el hambre, pues la ignoraba. Llegó el día 5 y yo aún no iba al baño. Ya la barriga me molestaba, hasta el short tenía que ponérmelo medio abierto, jugando con el cierre mágico. Día 6: último día en Higuerote. Mis hermanas quisieron ir a casa de un amigo a despedirse de la  numerosa familia y las atenciones que tuvieron con nosotros. Estábamos sentados en la sala hablando paja tranquilos, una agradable risa playera y unas cuantas limonadas para acompañar tan ameno momento. Maldición, siento unas contracciones violentas en mi barriga. Me pongo el vaso frío en ella, intento negociar con el pequeño monstruo que almacenaba en mi interior. Perdí: se me puso la piel de gallina, dispongo de 30 segundos. Me levanto, pido permiso a unas 15 personas sentadas y entro al único baño de la pequeña casa, justo en frente de la sala. Entro sudando frío, quitándome el short con una suerte de Parkinson. Me siento, y exigiéndole la mayor precisión a mis esfínteres, intento sacar de forma silenciosa en cómodas cuotas al bebé de 6 días que llevaba en mi cuerpo.

Negativo, activé hasta el último músculo de mi cuerpo y no funcionó nada. En medio de un concierto de peos que demostraban el drama y dolor que se vivía en el baño, salió a presión una pasta verde clara, en colosales cantidades, ganándole en cantidad al agua depositada en el retrete. Eso que salía era El Ávila. Era una montaña verde que se iba formando y que crecía rápidamente. Yo jugaba a ser Dios. Bajé la palanca dos veces, pero que va, seguía botando el premio acumulado de la semana. Luego de 30 minutos de lucha y un rollo de papel gastado, culminé la dura batalla. Salí brillando de sudor, y recibido con la mirada clavada de todas las personas que oyeron mi magistral concierto. Tomé mi limonada y respiré profundo,  dándome cuenta de que la fresca brisa del mar había perdido la  pelea contra  el verde infierno gaseoso que creé en el baño. No quedaron muy conformes con esa forma de agradecimiento.

4.- “Chinotto” (2004)

Llevaba al aeropuerto de Maiquetía a mis padres. Quisimos tomarnos unas cervezas y comer algo antes de ellos abordar el avión. Al cabo de dos horas ya se habían ido y, ahí estaba yo, feliz, listo para regresar a Caracas, en donde un temporal apartamento de soltero me esperaba. Me monté en el carro, y para acompañar tanta perfección junta sólo faltaba poner de fondo musical Megadeth, así que eso hice. Cantando “A Tout le Monde” con una sonrisa en mi rostro, manejaba con los vidrios abajo. La felicidad duró poco, en apenas 10 minutos de haber salido del aeropuerto, ya me estaba reventando de las ganas de orinar todo ese cervecero que había tomado, sumado a un gran “estacionamiento” en el que se había convertido el tráfico.

Aguantaba como un campeón, pero con cada segundo que pasaba veía en cámara lenta mi derrota. Sabía que sería la primera vez en mi vida en la que no iba a poder aguantar hasta llegar a un baño, ni siquiera podía orinar a una pared o un árbol. Ahí estaba yo, rodeado de carros, un sol de mediodía y nada que pudiese hacer. Moriría con una explosión de vejiga en cualquier momento.

Ya sudando frío, con pelos erizados, decidí no aguantar más. Apagué el carro en plena cola, abrí la maleta y empecé a ver qué carajo podía encontrar. Vi una botella de 2 litros de Chinotto, llena de refresco caliente que quedó ocioso en algún viaje de playa de esos días. Regresé al carro, boté por la ventana todo el contenido, subí los vidrios y sin pararle media bola a todos los que me rodeaban en sus camionetas y carros, me bajé el pantalón, tomé el pene con mi mano zurda temblando y con la mayor precisión que el momento pudiese permitirme choqué la cabeza de mi flácido pene en el pico de la botella de plástico. Oriné con una sensación única. Esa meada no era una meada, ni siquiera un orgasmo, era  un nivel superior. Sentía que eyaculaba y orinaba al mismo tiempo, con escalofríos en todo el cuerpo y una estúpida sonrisa de liberación y placer. Tapé mi nueva Chinotto, la llené casi por la mitad. La puse en el asiento de copiloto mientras la miraba como un padre orgulloso mira a su hijo, bajé los vidrios. Nuevamente Megadeth era disfrutable.

3.- “McDonald’s: el baño de los taxistas” (2009)

Una mañana tuve la osadía de tomarme una chicha criolla familiar en La Urbina, con todos los hierros: lluvia de chocolate, leche condensada, canela y pepitas tontas de colores. Luego de almorzar en mi casa, decidí dar una vuelta. Era mi época de desempleado,  caminaba sin rumbo por horas, viendo más mierda la mierda que se puede ver a diario en las calles. De repente, pasando por Altamira sentí un violento “cabeza de tortuga”, sí, esos mojones que de repente se asoman en la puerta y luego tú con un apretón de nalgas devuelves a su madriguera. Aceleré el paso, pude sentir en mi interior como en la autopista intestinal estaba ocurriendo un choque múltiple fecal. Divisé la “M” de McDonald’s, la asocié de inmediato con “mierda”, así que con paso firme y nalgas apretadas decidí hacer un depósito allá a plazo fijo.

Pasando por la Plaza La Castellana mi organismo manifestó el ultimátum: piel de gallina. Les repito, tienen 30 segundos para tomar una decisión al respecto, si no, el organismo ganará ese duelo. Corrí de una. Con todo el descaro del mundo entré al McDonald’s y sin ni siquiera meter el paro de que pediría algo fui directo al baño dando tropezones a la gente.

El baño sólo tenía una poceta y dos urinarios, así que, pude considerarme afortunado al ver que el cubículo estaba libre. Como pude limpié la poceta con papel y faltando menos de 2 segundos, en el mero movimiento para sentarme, estaba vomitando mierda mi ano. Cagaba sin parar, pero con una gran alivio. Sudaba mucho, tanto así que me quité la chaqueta para disfrutar el momento al máximo. Escucho unos pasos que se detienen al otro lado de la puerta.

-¿Háblame, el mío, te falta mucho ahí?- dijo una voz de malandro viejo, pero con desesperación.

-Ando grave, mi pana- le señalé.

-Muévela, menol, que ando con el barro flojo, coño- me ordenó el antojado sujeto.

Ignoré al viejo. Era mi momento, coño, que espere; ¿saben que es terrible?, levantarte y dejar a un poco de “marroncitos” en la cola, que luego al rato joderán como lo hicieron sus asesinados padres. Sigo sentado, pero viendo con la cabeza medio inclinada que ya no habían 2 piernas, sino 8 al otro lado de la puerta. Comienzan quejas y entre todos forman un pequeño sindicato jodiendo mi momento: “coño, menol, tengo una carrerita en media hora y me estas jodiendo el negocio”; “sal de esa mierda, vale”.

Como aquí matan hasta por no dar la hora, preferí limpiarme el trasero con rapidez. Hermosos momentos donde tomo la justicia por mis manos: ¿por qué no me visitan más a menudo? Quedaba solamente medio rollo de papel, y mientras me lo gastaba todo, calmaba los ánimos de mis amigos taxistas. Mi trasero ya estaba limpio, pero sólo por joder quise asegurarme hasta gastar la última hojita de papel. Tomé mi chaqueta, abrí la puerta disculpándome, aclarando que tenía una diarrea muy arrecha.

Espero que algún taxista de esos haya tenido servilletas en la guantera, de lo contrario, 4 taxistas rodarían luego por Caracas con el culo sucio.

2.- “El orine sirve para lavar ropa” (2001)

Era el año de mi graduación de bachiller y tenía una estúpida costumbre de tomar cerveza los viernes y perder el tiempo hablando pendejadas. En una de esas salidas fui con unos conocidos a una taguara cercana a La California, el sitio era tan pequeño y podrido que sólo tenía un mesonero, al cual le pareció divertido irse de malandro con nosotros, drenando su frustración y problemas existenciales en nuestra mesa.

Finalizando ya nuestra última ronda, me levanté para ir al baño a descargar todo el alcohol ingerido. Era un pequeño cuartico maloliente a cigarro y orine, con un par de mojones flotando abandonados por su dueño. Mientras me bajaba el cierre pude divisar algo hermoso en un momento como éste: un guindadero encima de la poceta en el cual reposaba un gancho de ropa con la franela y jean del mesonero.

Pocas veces la vida te regala la oportunidad de ajustar cuentas… y esas oportunidades no las dejo pasar. Si existe un Dios, no quiero joderlo con tanto trabajo, así que escojo hacer justicia yo mismo cuando pueda. Agarré el gancho de ropa y acomodé el par de prendas sobre la tapa de la poceta. Como si se tratase de alguien que sería fusilado por un horrible crimen, procedí a apuntar al sentenciado. Tomé con mi zurda la escopeta y solté a chorros mi orine en toda la ropa de nuestro atento mesonero, encargándome de que quedara bien limpiecita y con agradable fragancia. Dejé los restos del fusilado ahí mismo en la tapa de la poceta; hice la seña respectiva de que había llegado el momento de retirarnos. Creo que el mesonero no debe haber olvidado aún esa generosa “propina” que quise dejarle por su amabilidad.

1.- “Un Volcán en Puerto La Cruz” (2008)

Me agrada ir a Pto. La Cruz, acostumbraba tomarme unos días de descanso allá una vez al año. En uno de esos retiros me encontraba con dos panas en el McDonald´s ubicado en el C.C Plaza Mayor. Estábamos haciendo la cola para pedir y juro que sentí una de las ganas más arrechas de cagar que me ha dado en toda mi vida. Con un “mierda, me cago, ya vengo” abandoné la cola y subí corriendo al baño. Me encierro, y de lo más relajado, jugando golf en mi antiguo Motorola V3, procedí a echar una de las mejores cagadas que he soltado. Pasados unos 20 minutos, colmado de felicidad procedo a limpiarme. Si fumara, creo que ése sería un momento en el que me provocaría hacerlo, todo era perfecto: un charco de diarrea flotaba en la poceta… y yo era un hombre nuevo sin ellos.

Ya subiéndome el pantalón, tomo la dura decisión de darle a la palanca con el pie para despedir al charco pastoso que engendré. Le doy, la mierda comienza a hervir, sacando unas burbujas extrañas y espesas. En menos de 5 segundos ocurriría un fenómeno natural que merecía ser capturado con cámara: el pequeño volcán blanco decidió hacer erupción conmigo ahí encerrado, con la lava que yo mismo le ofrecí. Todo el contenido de la poceta comenzó a salir con furia, desbordándose por todo el piso, corriendo como una gran ola.

Intenté abrir la puerta del cubículo pero la adrenalina me lo impidió, mis manos temblaban, al mismo tiempo que reía a carcajadas. Al ver al piso y darme cuenta que la mierda estaba a punto de llevarme por el medio, instintivamente pegué un brinco y me encaramé a la parte superior de la puerta del cubículo. Guindado y con las piernas recogidas miraba en vista panorámica cómo un tsunami de mierda  que no paraba, barría con el baño de McDonald’s. Tomé impulso y escalé la puerta, moneándome y apoyando mi estómago en el filo de la misma, pude dar vuelta al otro lado, desde ahí pegué un brinco hasta un área todavía virgen. Por suerte mía el baño estaba desierto, no habían testigos. Salgo rápidamente de la escena del crimen.

Qué bueno lanzarse un Big Mac luego de presenciar un desastre natural de esa magnitud. Supongo que esa noche renunció el empleado que le tocaban los baños.

 

Gabriel Núñez


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