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Channel: Humor – Con Ida y Vuelta – Gabriel Núñez
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El otro día me mudaron de oficina…

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Hace un par de semanas avisaron que nos mudarían de oficina. Sí, del piso 7 nos mandarían al piso 10 de la misma torre. Me declaro novato en este tema, lo confieso. Pensaba que en una mudanza lo importante era cubrir los detalles fundamentales para la felicidad de cualquier empleado: qué tan buena era la ubicación del nuevo puesto, qué tal enfriaba el aire acondicionado, cómo lucían los baños y las pocetas que tanto me acompañarían en la tarde cuando el almuerzo comienza a empujar al desayuno almacenado en mi intestino grueso. También qué tan amplio era el pasillo para hacer emocionantes carreras con las sillas cuando llegara la hora del burro, o qué tan cerca nos quedaría aquel compañero víctima continua de chalequeos.

Nuestro nuevo sitio de trabajo cubría todas estas expectativas, y muchas más. Compartiríamos oficina con un par de empresas que ya tenían tiempo ahí, por lo tanto, seríamos los “nuevones”, los gallos que no saben cuál es el microondas que no calienta bien, ni cuál botón abre en realidad la puerta de recepción. No importa, igual estábamos muy emocionados con el asunto de tan elegante oficina.

Llegado el día de la mudanza, la nueva oficina comenzaba a agarrar forma, ya las mujeres comenzaban a joderla con noticas, portarretratos de plástico, peluchitos baratos y globitos de Piolín que regaló el esposo por haber llegado borracho y con marcas de semen en el interior la otra noche. Yo, por mi parte, soy un tanto minimalista y práctico, me basta con tener el cepillo, pasta de diente y el gel antibacterial, por si acaso nos visita algún cliente tuki con ganas de dársela de educado y querer estrechar mi mano.

Ya en nuestro segundo día de trabajo estábamos operativos totalmente. También lo estaba mi estómago, que gritando de emoción por haberle lanzado una hamburguesa en Chipi’s, decidió manifestarse para estrenar el nuevo baño corporativo. Un baño hermoso, sin duda. Entré y había alguien cepillándose, pero sin dar mucha importancia hice un pequeño recorrido por los cuatro cubículos que ofrecía. Me decidí por el segundo; una poceta ejemplar, que del exceso de pulcritud inspiraba una confianza tal que descartabas de inmediato la idea de pasarle un papel por la tapa. No sería justo con ella.

Ya estaba en pleno proceso defequístico, lanzándome un Sudoku en el Blackberry; de repente, oigo que la persona que estaba cepillándose termina y, justo al cerrarse la puerta, me quedo completamente a oscuras. Es un baño sin ventana, por lo cual, les hablo de una jodida oscuridad absoluta, literalmente.

Arrecho, mentando madre al gracioso que salió del baño y me apagó la luz, no me quedó de otra que alumbrar con la pantalla del celular. Apenas terminé salí arrecho, directo a buscar en cuál de las empresas que compartían piso con nosotros se encontraba el payaso saboteador de la paz ajena liberadora de materia fecal. Si ésa era la bienvenida, pues le aclararía que se había equivocado de víctima. No lo encontré por ningún lado. Para evitar chalequeo, decidí no comentar nada en la oficina.

Al día siguiente, un compañero nuevo que había sido contratado unos días atrás llegó un poco perturbado a la oficina. El chamo era “moreno”, tirando a oscuro. Digo “moreno” porque es un peligro social decir “negro”, automáticamente serás tildado de racista; no entiendo cuál es la conmoción, a mí unos negros me dicen “blanco” y juro no molestarme. Deberían estar orgullosos más bien, “Mandinga” les ha regalado una inmortal reputación cliché de tener una tercera pierna, así que, ser negro es atractivo y misterioso; podrás ser horrible, pero siempre despertarás el morbo en las mujeres, la duda pícara de si tu miembro mide más de 30 centímetros y de cuánto tiempo requiere tu imponente falo de caballo para ser llenado de sangre por completo para lograr mantenerse erecto al menos cinco minutos. Tampoco puedo decir que era “negrito”; en ese caso te etiquetarían de racista comemierda que usa diminutivos para dirigirse a las personas, con tono de “poca cosita”. Así que, no queda de otra que usar el prostituido “moreno”, que engloba a toda persona que no sea blanca o amarilla.

El moreno se acercó a mi puesto, tenía una mirada que se movía entre la rabia y la tristeza, entre la seriedad y la humillación. Me trancó una llamada que estaba atendiendo, y secándose un par de lágrimas de los ojos se paró ante mi escritorio.

─Coño, Gabriel, se pasaron vale ─manifestaba con voz ahogada el moreno.

─No entiendo, Ricardo, ¿a qué te refieres?

─Verga, chamo, me apagaron la luz del baño mientras hacía pupú. Sé que soy el nuevo, sé que soy negro, sé también que ustedes son una cuerda de ratas enfermas de cloaca, pero coño, pana, no se pasen;  dile al que comandó este plan en mi contra que los negros no vemos en la oscuridad, que eso es una maldita leyenda para jodernos, no tenemos visión nocturna ni don alguno parecido. Sean serios y respétenme, siempre en las compañías me joden, pero son tonterías al lado de esto que me han hecho. ¿Dejarme cagando en la oscuridad? Ustedes sí tienen bolas de verdad, en mi barrio ya los hubiésemos cosido a tiros por sapos.

─No, Ricardo, creo que estás confundido, pana, seríamos incapaces de hacerte una vaina así. Ése es un gracioso de mierda de alguna compañía del piso, a mí también la otra vez me la apagaron.

En eso llega el contador de la compañía hablando solo, con cara de arrechera.

─No joda, chamo, vengo del baño, alguien me apagó la luz mientras cagaba, y de paso, no tenía el celular para alumbrar ─explica el contador con rabia.

─A la verga, Harryson, ¿y cómo hiciste?

─Bueno, nada, me limpié ahí en la oscuridad.

─Hmmmnn… ¿y cómo hiciste para saber que estabas limpio?, digo, si no puedes ver el papel luego de pasártelo por el culo ─pregunté en tono serio y dubitativo.

─Ehh…

─Tranquilo, no respondas. Hablando en serio, creo que no nos está jodiendo nadie, creo que el baño guarda un secreto más bien ─indiqué mientras me paraba de mi asiento, con mirada de detective que resuelve un complicado caso.

Gracias a esta sincera tormenta de ideas es que pudimos descubrir el lado oscuro de la oficina, el defecto, el “niño envuelto”, las “letras pequeñas” del contrato: el baño tiene un  jodido temporizador.

Es de 5 minutos con 20 segundos. Sí, lo sé, es absurdo, nadie puede cagar en 5 minutos. Es la pérdida absoluta del respeto hacia la dignidad del hombre. Es una jodida dictadura implantada en un baño de oficina. Muy bien lo decía aquella película alemana “Das Experiment”: humíllalos y podrás tener el control y su respeto. Algo así ocurre aquí: córtales la luz a los 5 minutos, déjalos cagando a oscuras, que trabajen luego con el culo sucio, que les pique bastante ese fundillo, que sientan, sepan y les quede muy claro quiénes son los esclavos, los súbditos que deben mover la maquinaria productiva sin perder el tiempo en pendejadas orgánicas que no aportan un centavo a la organización.

Prefiero cagar como Jamal, el niño de “Slumdog Millionaire”; sí, sé que él tenía moscas lambuceando lo pestilente de su trasero, pero no me importa, al menos él tenía luz para cagar tranquilo.

Si hay algo que merece ser destacado de toda esta penosa y humillante situación es la solidaridad anónima que se puede vivir de vez en cuando en el baño. De repente uno está cagando ahí, a oscuras, y un alma solidaria que tú no conoces entra a cepillarse u orinar; pues antes de salir, este altruista individuo apaga y prende la luz para resetear el temporizador, y así darte un bonus time de cinco minutos más. Son acciones dignas de dar a conocer al mundo; en Venezuela no todo es malandraje, tukismo, reggaetón y chavismo; no, aún queda gente buena, desinteresada y solidaria por ahí, buscando ayudar al prójimo sin recibir propina a cambio.

Advierto, sigo siendo minimalista, pero el medio me ha obligado a añadir un cuarto artículo en mi gaveta: linterna de bolsillo.

Pinche aquí para ver el vídeo


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